Los
Reyes Miguel y Ana de Rumanía y su hija, la Princesa Margarita, en
2011
Miguel de Rumanía lleva 67 años lamentándose por su abdicación, en diciembre de 1947, forzado a punta de pistola por las autoridades comunistas que tomaron el poder en su reino. El llanto del rey sin trono terminó por conmover a las autoridades de la república postsoviética, que restituyeron su nacionalidad, título y tratamiento en 1997. Desde entonces, el anciano Monarca (93 años), uno de los primos hermanos más queridos de Doña Sofía, ha trabajado duro para recobrar el amor de su pueblo. Y parece ser que no lo ha hecho nada mal.
«El
Rey es la personalidad más popular y con mayor crédito en nuestra
sociedad. La Familia Real cuenta con el respeto, el amor y la
confianza de dos tercios de la población», explica a ABC Andrew
Popper, Maestro Honorario de la Casa de Su Majestad. «Su trabajo en
el campo social, diplomático, económico y educativo es
extraordinario», añade el portavoz del Rey rumano en una amable
misiva.
Las
palabras de Popper no quedan en papel mojado. Según un sondeo
realizado en junio de este año, el 45% de los rumanos está
satisfecho con la labor de la Casa Real (sólo el 9,6% tiene una mala
opinión). En un país donde casi el 80% de los ciudadanos desconfía
del Gobierno, de los políticos y de los partidos, son cada vez más
las voces que piden un referéndum para establecer una monarquía
parlamentaria. El propio Rey resumió su fuerza amalgamadora en un
discurso ante el Parlamento, en 2011. «La Corona no es un
símbolo del pasado, sino una representación única de nuestra
independencia, nuestra soberanía y nuestra unidad», dijo entonces
en una sala atestada de parlamentarios y personalidades (incluida
Doña Sofía) que ovacionaron de pie.
El
gran ausente en aquel histórico alegato fue el ahora presidente
saliente, Traian Basescu, que llegó a tildar al Rey Miguel de
«traidor nacional» por haber abdicado y huido al Reino Unido tras
el golpe de 1947. Esas amargas palabras le costarán el puesto a
Basescu tras la segunda vuelta de las elecciones de este domingo, en
las que todo indica que ganará el actual primer ministro Victor
Ponta, preferido
en los sondeos. El socialista Ponta, vencedor de la primera
vuelta, ha prometido a lo largo de la campaña que, si gana,
promoverá un referéndum monarquía-república. Y, aunque de momento
es una promesa electoral, a nadie se le escapa que Rumanía podría
convertirse en la primera democracia del siglo XXI que deja atrás la
república y abraza la monarquía en las urnas.
La
oveja negra
«La
Familia Real de Rumanía ocupa una posición única en nuestra
sociedad. Jamás expresaría puntos de vista políticos, muchos menos
opiniones relacionadas con las elecciones o los partidos políticos y
sus líderes. Lamentablemente, Su Majestad no podrá responder a sus
preguntas», se excusa Popper ante la solicitud de una entrevista con
el Monarca. Ese silencio prudencial ha ayudado a que Miguel I y su
familia gocen de una altísima popularidad, incluso por encima de
cualquiera de los políticos de la República. El pueblo lo venera y
la prensa lo trata como un prócer de la Historia reciente: es el
único Jefe de Estado europeo de la Segunda Guerra Mundial que aún
vive.
La
cautela y discreción han permitido que la Familia Real rumana
recupere sus posesiones sin tener que hacer frente a los escándalos
y controversias mediáticas que han sufrido otros reyes destronados.
En 2007, el gobierno les restituyó el Castillo de Peles en los
montes Cárpatos (patio de juegos de los Ceausescu durante el
comunismo), y el Palacio Elisabeta de Bucarest, actual residencia
oficial del Rey Miguel y de su mujer, la Reina Ana de Borbón y
Parma.
La Princesa
Irina, tercera hija de los Monarcas, y su marido americano, John
Wesley Walker, casi pulverizan el prestigio familiar tras ser
detenidos por organizar peleas de gallos ilegales en su rancho de
Oregón, en Estados Unidos, en 2013. En octubre de este año, la
princesa fue condenada a tres años de libertad condicional y a pagar
una multa de 200.000 dólares. La justicia estadounidense tuvo la
deferencia de permitirle poder viajar a Bucarest. El antiguo Soberano
recibió la noticia «con profundo pesar» y guardó silencio. Tras
las elecciones de mañana domingo quizá hable. Si se oye su voz,
sabremos que Rumanía está un paso más cerca de volver a ser un
reino.
(ABC)
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